“sino con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”
I Pedro 1:19
No podríamos
comprender el misterio de la redención si desconocemos lo que dice la Escritura
acerca de la sangre. Este elemento físico es en realidad espiritual y permite
la vida divina al ser humano. Hay una misteriosa relación entre la sangre y
nuestra salvación.
Desde el día que
creímos en Jesús estamos más cerca de Dios. Hay un mundo sobrenatural al cual
nos hemos acercado, pero la figura principal allí es Jesucristo. Se lo presenta
como “el Mediador del nuevo pacto”. Éste derramó Su sangre, la que habla mejor que
la de Abel. En la teología de la
redención la sangre tiene un lugar básico. El derramamiento de la sangre de
Cristo se asocia con la limpieza moral y espiritual del pecador. ¿Por qué la sangre de Jesús habla mejor que la de Abel? Antes de responder a
esta pregunta, necesitamos comprender
La sangre es muy
importante ya que contiene la vida. Adán fue hecho de barro por Dios. No había
vida en él hasta que el Creador le sopló de su propia vida. Entonces devino en
“alma viviente”. Pero esa vida
necesitaba un medio de transporte por el organismo humano. Ese medio es la
sangre que se mueve por el aparato circulatorio. La Biblia enseña que “en la
sangre está la vida” (Levítico 17:11)
El primer pecado del
ser humano fue la desobediencia de Adán y Eva. Escucharon y creyeron a las
palabras de Satanás disfrazado de serpiente, y desobedecieron a Dios. Tuvieron
como castigo la expulsión de Edén y la muerte (Génesis 2:16,17). Así vino la muerte a la Humanidad en 3 formas: a)
muerte física (desde ese día los hombres tuvieron fecha de muerte); b) muerte
psicológica o deterioro mental con la edad (memoria, lucidez, comprensión,
flexibilidad, etc.); y c) muerte espiritual.
Siempre la Biblia asociará la sangre a la vida (biológica, psicológica o espiritual) La muerte significará
ausencia o derramamiento de sangre. Así, también, asociará al pecado la pérdida de la vida. La muerte será siempre consecuencia del
pecado. Estos son conceptos unidos indisolublemente. Por eso Jesús dirá “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre,
y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.” (San Juan 6:53)
El pecado está relacionado con la muerte
porque produce algún tipo de muerte en el que lo practica. Es una distorsión y
contradicción de la voluntad de Dios, que se expresa en los 10 Mandamientos y
se resume en la palabra Amor. Siempre el pecado afectará a la vida, produciendo
menos vida, mala calidad de vida o eliminación de la vida. Todo esto es muerte.
La Biblia lo resume así “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23)
¿Cómo podrá el ser
humano resolver el problema de la muerte? Sólo el derramamiento de sangre puede
devolver la vida al pecador. Por esta razón los judíos derramaban sangre cada
vez que pecaban. De nada sirvió a los primeros padres cubrirse con hojas de
higuera para tapar su pecado y requirieron de la piel de un animal muerto. Por
eso el sacrificio que ofreció Abel fue más agradable a Dios. “Sin derramamiento
de sangre no hay perdón de pecados” es un principio divino. Lo han practicado
de antaño las culturas ancestrales.
Sin embargo los
sacrificios de animales, bebés o adultos humanos, no fueron suficientes para
obtener el perdón de los pecados ni para dar vida. Sólo un sacrificio podría
lograr aquello: el sacrificio de Cristo, el Hijo de Dios. Todos los sacrificios
ofrecidos en la Antigüedad apuntaron hacia Él.
El apóstol Pedro
declara que somos salvados mediante “la sangre preciosa del Hijo de Dios” (I
Pedro 1:19) Los cristianos hemos sido rescatados de una forma de vivir sin
sentido. Pero con Jesús disfrutamos de una herencia maravillosa gracias a Su
muerte en la cruz. No hemos comprado nuestra salvación ni la hemos conseguido
por méritos propios, sino que la hemos recibido como un regalo de Dios en
Jesucristo. Nuestra salvación fue obtenida no con oro ni alguna transacción
comercial, “sino con la sangre preciosa
de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” Demos gracias
en esta Navidad por el Hijo de Dios que nos compró a precio de sangre, Su
preciosa sangre.