“Hijitos míos, por
quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en
vosotros”
Gálatas 4:19
Luego de meses de
espera, hacia el final del embarazo María y José cuentan los días para conocer
a su bebé, una criatura muy especial porque ha sido fruto del Espíritu de Dios,
cosa que guardan en secreto. ¡Y qué duro ha sido viajar desde Nazaret hasta
Belén para cumplir con el censo! A medida que se acerca la fecha de parto, la
virgen percibe las señales cada vez más fuertes en su vientre. A veces pierde
la calma, sobre todo esta noche en que nadie quiere darles alojamiento. Los mesones,
hostales de la época, están a tope.
El
niño ya desciende y se mueve hacia la pelvis, ya toma posición para el
nacimiento. Ella lo sabe, su esposo se preocupa, está un poco asustado… El
mundo no se entera que pronto dará a luz al Cristo, el Mesías prometido a
Israel, el que será Salvador del mundo, el Hijo de Dios.
Dios
decidió venir a esta Tierra a socorrernos, ya que ningún líder, sabio ni héroe podía
recuperar al ser humano de su condición caída. Él mismo vendría, vestido de
carne humana, nacido de mujer, para revertir el proceso de descomposición y
muerte de la Humanidad.
Cada
vez que alguien vuelve la mirada hacia el Salvador y toma la determinación de
seguirlo y cambiar, inicia un camino similar al de María y José: los dolores de
parto que significa reconocer el pecado y lo difícil que es abandonarlo; las
contracciones internas para expulsar el egoísmo, la envidia, la lujuria y todo
lo que se opone a la Luz… Todo nacimiento es doloroso, el nacimiento espiritual
también. Pero el gozo de ver la nueva criatura es mayor.
Los apóstoles
anhelaban y luchaban para que en cada cristiano se configurara Jesús. Es la
misma lucha de los ministros de hoy: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir
dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” Quiera Dios que
muchos opten en esta Navidad por seguir a Jesús y estén dispuestos a que Cristo
nazca también dentro de ellos, aunque sea con dolores de parto.
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