lunes, 23 de diciembre de 2013

(DÍA 23) DOLORES DE PARTO.

 
“Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”
Gálatas 4:19

 

Luego de meses de espera, hacia el final del embarazo María y José cuentan los días para conocer a su bebé, una criatura muy especial porque ha sido fruto del Espíritu de Dios, cosa que guardan en secreto. ¡Y qué duro ha sido viajar desde Nazaret hasta Belén para cumplir con el censo! A medida que se acerca la fecha de parto, la virgen percibe las señales cada vez más fuertes en su vientre. A veces pierde la calma, sobre todo esta noche en que nadie quiere darles alojamiento. Los mesones, hostales de la época, están a tope.

El niño ya desciende y se mueve hacia la pelvis, ya toma posición para el nacimiento. Ella lo sabe, su esposo se preocupa, está un poco asustado… El mundo no se entera que pronto dará a luz al Cristo, el Mesías prometido a Israel, el que será Salvador del mundo, el Hijo de Dios.

Dios decidió venir a esta Tierra a socorrernos, ya que ningún líder, sabio ni héroe podía recuperar al ser humano de su condición caída. Él mismo vendría, vestido de carne humana, nacido de mujer, para revertir el proceso de descomposición y muerte de la Humanidad.

Cada vez que alguien vuelve la mirada hacia el Salvador y toma la determinación de seguirlo y cambiar, inicia un camino similar al de María y José: los dolores de parto que significa reconocer el pecado y lo difícil que es abandonarlo; las contracciones internas para expulsar el egoísmo, la envidia, la lujuria y todo lo que se opone a la Luz… Todo nacimiento es doloroso, el nacimiento espiritual también. Pero el gozo de ver la nueva criatura es mayor.

Los apóstoles anhelaban y luchaban para que en cada cristiano se configurara Jesús. Es la misma lucha de los ministros de hoy: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” Quiera Dios que muchos opten en esta Navidad por seguir a Jesús y estén dispuestos a que Cristo nazca también dentro de ellos, aunque sea con dolores de parto.
 
 
 

domingo, 22 de diciembre de 2013

(DÍA 22) LA SANGRE PRECIOSA.

“sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”
I Pedro 1:19

No podríamos comprender el misterio de la redención si desconocemos lo que dice la Escritura acerca de la sangre. Este elemento físico es en realidad espiritual y permite la vida divina al ser humano. Hay una misteriosa relación entre la sangre y nuestra salvación.

Desde el día que creímos en Jesús estamos más cerca de Dios. Hay un mundo sobrenatural al cual nos hemos acercado, pero la figura principal allí es Jesucristo. Se lo presenta como “el Mediador del nuevo pacto”. Éste derramó Su sangre, la que habla mejor que la de Abel. En la teología de la redención la sangre tiene un lugar básico. El derramamiento de la sangre de Cristo se asocia con la limpieza moral y espiritual del pecador. ¿Por qué la sangre de Jesús habla mejor que la de Abel? Antes de responder a esta pregunta, necesitamos comprender

La sangre es muy importante ya que contiene la vida. Adán fue hecho de barro por Dios. No había vida en él hasta que el Creador le sopló de su propia vida. Entonces devino en “alma viviente”. Pero esa vida necesitaba un medio de transporte por el organismo humano. Ese medio es la sangre que se mueve por el aparato circulatorio. La Biblia enseña que “en la sangre está la vida” (Levítico 17:11)

El primer pecado del ser humano fue la desobediencia de Adán y Eva. Escucharon y creyeron a las palabras de Satanás disfrazado de serpiente, y desobedecieron a Dios. Tuvieron como castigo la expulsión de Edén y la muerte (Génesis 2:16,17). Así vino la muerte a la Humanidad en 3 formas: a) muerte física (desde ese día los hombres tuvieron fecha de muerte); b) muerte psicológica o deterioro mental con la edad (memoria, lucidez, comprensión, flexibilidad, etc.); y c) muerte espiritual.

Siempre la Biblia asociará la sangre a la vida (biológica, psicológica o espiritual) La muerte significará ausencia o derramamiento de sangre. Así, también, asociará al pecado la pérdida de la vida. La muerte será siempre consecuencia del pecado. Estos son conceptos unidos indisolublemente. Por eso Jesús dirá “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.” (San Juan 6:53)

El pecado está relacionado con la muerte porque produce algún tipo de muerte en el que lo practica. Es una distorsión y contradicción de la voluntad de Dios, que se expresa en los 10 Mandamientos y se resume en la palabra Amor. Siempre el pecado afectará a la vida, produciendo menos vida, mala calidad de vida o eliminación de la vida. Todo esto es muerte. La Biblia lo resume así “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23)

¿Cómo podrá el ser humano resolver el problema de la muerte? Sólo el derramamiento de sangre puede devolver la vida al pecador. Por esta razón los judíos derramaban sangre cada vez que pecaban. De nada sirvió a los primeros padres cubrirse con hojas de higuera para tapar su pecado y requirieron de la piel de un animal muerto. Por eso el sacrificio que ofreció Abel fue más agradable a Dios. “Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados” es un principio divino. Lo han practicado de antaño las culturas ancestrales.

Sin embargo los sacrificios de animales, bebés o adultos humanos, no fueron suficientes para obtener el perdón de los pecados ni para dar vida. Sólo un sacrificio podría lograr aquello: el sacrificio de Cristo, el Hijo de Dios. Todos los sacrificios ofrecidos en la Antigüedad apuntaron hacia Él.  

El apóstol Pedro declara que somos salvados mediante “la sangre preciosa del Hijo de Dios” (I Pedro 1:19) Los cristianos hemos sido rescatados de una forma de vivir sin sentido. Pero con Jesús disfrutamos de una herencia maravillosa gracias a Su muerte en la cruz. No hemos comprado nuestra salvación ni la hemos conseguido por méritos propios, sino que la hemos recibido como un regalo de Dios en Jesucristo. Nuestra salvación fue obtenida no con oro ni alguna transacción comercial, “sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” Demos gracias en esta Navidad por el Hijo de Dios que nos compró a precio de sangre, Su preciosa sangre.




sábado, 21 de diciembre de 2013

(DÍA 21) LA IMAGEN DE DIOS.

 
“en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.”
II Corintios 4:4


En este mundo hay muchos tipos de dioses. Pese a que la civilización ha superado la etapa politeísta y hoy en día se cree en la existencia de un solo Dios, al que cada una de las grandes religiones del mundo (cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, etc.) nombra de un modo distinto; perviven unos dioses o ídolos al que nadie nombra como tales, pero a los que la sociedad moderna rinde un culto extremo.

Lamentablemente en estos días próximos a la celebración del nacimiento del Hombre más importante de la Historia, el Hijo de Dios, Jesús el Cristo, muchas personas corren de aquí para allá rindiendo adoración al “dios consumo”, buscando ofertas, comprando para satisfacer sus humanas vanidades; luego seguirán adorando a la “diosa gula” y otras entidades propias de nuestro sistema social materialista y hedonista, movido sólo por el placer.

Todo ello sólo nos hace permanecer ciegos ante aquella luz sencilla pero profunda, que es el Evangelio predicado y vivido por Jesús, cuando visitó esta tierra. Tras esos “dioses” está “el dios de este siglo” que nombra la Escritura, el ser de oscuridad, enemigo de Dios cuyo único fin es enceguecer nuestro espíritu para que no sigamos al Amor de los Amores y nos deprimamos, estresemos, odiemos, seamos egoístas y sin misericordia ni piedad.

Dios en Su inmenso amor y comprensión, sabiendo de nuestra pobre fe y la necesidad que tenemos de ver para creer, envió a Su Hijo a este mundo como prueba de Su existencia y de Su gran amor. Se mostró a la Humanidad, en Jesucristo quien es “la imagen de Dios”.
 

Padre:
En esta Navidad te damos gracias
por iluminarnos con la luz de tu Amor y Verdad
en la persona de Jesucristo.
Te pedimos que vengas a reinar
en nuestros corazones
y nos guíes el resto de nuestras vidas.
Amén.

viernes, 20 de diciembre de 2013

(DÍA 20) NUEVAS DE GRAN GOZO.

 
 
“Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo”
Lucas 2:10


Los humildes pastores de la región donde nació Jesús, estaban despiertos y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Es lo que hacen los buenos pastores, para cuidar sus ovejas y cabras de lobos rapaces u otros depredadores. Algo sobrenatural experimentaron esa noche esas almas sencillas: se les presentó un ángel rodeado de gran resplandor. Ellos se asustaron, mas el ángel les dijo: “No temáis”. Muchas veces rechazamos lo nuevo, lo diferente o lo que se nos revela por medios extraños. Este texto nos enseña a no tener miedo de la revelación de Dios ni temer a lo sobrenatural.

El ángel les comunicó el nacimiento del Salvador, aquel Mesías o Cristo que todo Israel esperaba. No había que temer porque traía nuevas de gran gozo. La tremenda noticia del nacimiento de Cristo fue anunciada a esta gente del pueblo. Todas las novedades espirituales que anuncia el Evangelio son para felicidad nuestra y no para sufrir. A veces las personas ven la religión cristiana como una fe de dolor, quizás por el testimonio de los mártires, pero no es así. La fe de Jesús es para que seamos plenos y felices, en esta tierra y por la eternidad.

Las nuevas de gran gozo del mensaje de Jesucristo son: a) El perdón de Dios a todo ser humano que reconozca con humildad su pecado; b) La entrega por parte de Dios al ser humano de Su Espíritu Santo para poder hacer Su voluntad; c) La venida del Reino de los Cielos a los corazones abiertos a la gracia de Dios.

Estas nuevas de gran alegría, dijo el mensajero de Dios, son “para todo el pueblo”, un mensaje para todos. Nuestra fe es generosa, es para ser divulgada, expandida y ofrecida al prójimo, especialmente al que sufre.


 

viernes, 23 de diciembre de 2011

(DÍA 19) DIOS MANIFESTADO.

“Sucedió que cuando los ángeles su fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado.”
Lucas 2:15


Los ángeles estuvieron con los pastores. ¿No han estado con nosotros los ángeles todo el tiempo? Se dice que cada creyente tiene un ángel guardián que le cuida de enemigos y peligros. El salmo dice que el ángel de Jehová acampa a nuestro alrededor (Salmo 34:7). Jesús fue ministrado o servido por un ángel cuando sufría lo indecible, hasta derramar lágrimas de sangre, antes de ser apresado. Tal vez estando en oración, usted alguna vez ha sentido la presencia de un ser invisible. Luego desaparecen o no les sentimos más, pero en verdad siguen allí. Los ángeles son una realidad sobrenatural que impregna y cohabita esta realidad natural en que vivimos. No propiciamos el culto a estas criaturas creadas por Dios, pero sí el estar conscientes de su existencia y presencia protectora. Hacerlo da seguridad al cristiano.

Como aquellos pastorcillos, luego de haber experimentado esa “epifanía” o manifestación sobrenatural, hoy día nosotros somos invitados al Belén espiritual para contemplar a Jesús, el Mesías prometido. “Veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado”, oremos al Señor y visualicemos Su encarnación, veamos cada detalle de Su nacimiento como Hombre. Adoremos a Jesús, el Hijo de Dios, con nuestros labios y corazón sincero, ofreciéndole nuestra vida. Cantémosle en la noche de Navidad, esa que llamamos Nochebuena, alabanzas que expresen el amor que anida en nuestros corazones por Él, el Salvador del mundo. La Navidad no es para celebrarnos a nosotros mismos, no es para recibir regalos ni para exaltar a otros hombres, sino para celebrar al Hijo, ofrecerle nuestros dones y exaltarlo a Él.

Para los pastores que fueron visitados por ángeles, primero fue la revelación y luego la comprobación de ese anuncio, yendo a Belén. Para nosotros la Biblia y las palabras del Evangelio son la revelación del Señor; disfrutar hoy día de la salvación, tener la libertad de dirigirnos a Dios por medio de la oración, y disfrutar internamente del Espíritu Santo, son la comprobación de ese maravilloso anuncio angélico, que Cristo ha venido a este mundo para darnos salvación.

(DÍA 18) UN LUGAR PARA JESUCRISTO.

“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.”
Lucas 2:7

Este texto, a nuestro juicio, no está destacando la pobreza de la familia de Jesús, ya que estos, sin ser una familia pudiente, tampoco eran miserables. Se observa una familia común, sencilla, él un obrero con un oficio digno, ella una mujer honorable, ambos del linaje de David pero sin grandes riquezas materiales. Como hombre de trabajo, José no estaba en la miseria, pero tampoco poseía la riqueza que en todas las épocas compra lo que quiere. Creemos que Dios simplemente quiso destacar que, tal como en el mundo de hoy y en todas las épocas en que el ser humano ha buscado sólo su satisfacción egoísta, en este mundo no hubo, no hay ni habrá un lugar para el Salvador. El pecador se siente satisfecho y conforme de su condición y Dios no tiene espacio en su vida.

Jesucristo, al nacer como hombre, ni siquiera tuvo un lugar donde cobijarse en forma decente, sino que nació entre animales. Ya que iban sus padres de viaje, podría haber nacido en un mesón, posada de la época, pero no tuvo ese privilegio. Nuestro Señor no nació en un mesón sino en un establo; la Biblia dice "porque no había lugar para ellos en el mesón". No podemos tomar este hecho como algo sin importancia, un mero detalle o casualidad. En la Palabra de Dios, como en la vida, nada es casual. San Pablo dice con firmeza "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Filipenses 2:5-8). Jesús se humilló hasta lo sumo: siendo Dios se hizo hombre, como hombre nació en un lugar de animales, vivió sus últimos años dedicado al ministerio y sin tener dónde recostar la cabeza y murió como un delincuente, traicionado y negado por sus amigos.

El mesón de Jesucristo fue su propia familia: José y María, el amor de sus padres terrenos y el Amor de su Padre Celestial en el Espíritu Santo. El no tuvo un mesón físico, sino uno espiritual, para que nosotros sí tuviésemos un mesón concreto y espiritual: la comunidad cristiana, los hermanos que nos acogen y el cuidado pastoral para crecer a la estatura de Jesús, la Iglesia que nos acepta y nos conduce en el ejercicio de la fe. El mesón es el lugar donde nace, vive y muere el cristiano.

En Belén, como hoy día en cualquier ciudad del mundo, no había lugar para el Hijo de Dios. Jesús dice que todo cuanto hagamos a uno de sus pequeñitos a él lo hacemos, si visitamos al pobre a él visitamos, si curamos al enfermo a él le sanamos, si vamos donde el preso o nos condolemos del discapacitado, a él estamos acudiendo y siendo movidos a misericordia. Ayer como hoy, no hay lugar para el que tiene necesidad. Por eso es tan importante este versículo bíblico cuando destaca la carencia de un lugar para el Amor. Esa es la gran ausencia del mundo actual, su gran necesidad: dar amor y recibir amor. Todos quieren recibir cosas materiales, placeres, dinero, pero nadie quiere dar amor. El mundo actual está interesado en recibir lo que atañe a la carne, tampoco le interesa recibir la Palabra de Dios, la sabiduría de lo alto, la luz de Cristo; prefieren filosofías que les permitan continuar pecando, que les den aquello que pueda tranquilizar sus conciencias sucias pero que no exija nada de ellos. No hay lugar para la Verdad, todavía no hay lugar, como en Belén, para Jesucristo.

Como en el mesón no hubo lugar para Jesús, hoy tampoco hay lugar para los que son diferentes en la sociedad. Cuando en la Iglesia no hay lugar para el distinto, es a Cristo a quien se está dejando fuera. El mesón, no el establo, es el lugar de los necesitados. La frase "no había lugar para ellos en el mesón" quiere transmitirnos el desprecio, la indiferencia y el egoísmo de una sociedad sin amor por el que sufre. Todavía, a pesar de la proclamación del Evangelio en todo lugar, la sociedad autoproclamada "cristiana" mantiene segregadas a muchas personas distintas a la mayoría. El mesón es el lugar de los que sufren. Negarles ese lugar es negar un lugar a Cristo que quiere nacer entre y en nosotros. 

martes, 20 de diciembre de 2011

(DÍA 17) UN CANTO DE GRATITUD.


“Entonces María dijo:
Engrandece mi alma al Señor; /
Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.”
Lucas 1:46,47



El Magníficat (magnificat en latín) es un canto y una oración cristiana, proveniente del evangelio de Lucas (San Lucas 1:46-55) y reproduce las palabras que, según este evangelista, María, madre de Jesús, dirige a Dios cuando visita a su prima Isabel (San Lucas 1:13), madre de Juan el Bautista y esposa de Zacarías. El nombre de la oración está tomado de la primera frase en latín, que reza Magnificat anima mea Dominum: “Magnifica alma mía a Dios”.
 
El alma de María engrandeció al Señor, su espíritu se regocijó en Él. Ella expresa lo que siente y piensa su alma y lo que vive su espíritu. Hay ocasiones en la Biblia en que un creyente ordena a su alma bendecir al Señor, como David que escribe: “Bendice alma mía a Jehová”. En este caso, ella da cuenta de lo que sucede dentro de su alma, magnifica a Dios porque la escogido para una obra inmensa: dar a luz al Salvador. Su espíritu está gozoso y lleno del Espíritu Santo, ¡ha sido escogida para una gran misión! Es la más importante misión que un ser humano puede vivir: traer al Salvador a esta tierra, para que muchos alcancen la salvación de sus almas. Si esa hubiera sido su tarea ¿No sentiría usted lo mismo? Yo, verdaderamente, no cabría en mí de gozo.

Si lo pensamos mejor, esta misión dada a la madre de Jesús, en cierto modo es la vocación de todo cristiano: traer la Persona de Cristo a las almas hambrientas y sedientas de Dios. Es deber de los creyentes proclamar la Persona de Jesucristo y anunciar Su Evangelio, pero no como obligación legal sino como un genuino acto de gratitud hacia Aquél que tanto bien nos ha hecho. Cuando se nos ha perdonado mucho estamos profundamente agradecidos y sólo queremos comunicarlo a todo el mundo, producto de la alegría que rebosa el corazón. El canto de María es una alabanza de gratitud hacia el Padre que la ha escogido; es también nuestro canto, puesto que hemos sido escogidos por Él para dar a conocer Su obra salvadora, Sus virtudes y la esperanza que hay en Jesucristo.