sábado, 17 de diciembre de 2011

(DÍA 15) UN SER SANTO.

“Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. / Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.”
Lucas 1:34,35


María estaba muy sorprendida de que el ángel le dijera que iba a quedar encinta. Cómo podría ser si ella no había tenido relaciones con hombre alguno. Entonces Gabriel le explicó que sería cubierta por el Espíritu Santo de Dios y que de esa relación nacería un Ser Santo, que luego sería llamado Hijo de Dios.

Los hijos que tenemos los humanos son hermosos y apreciados por la gran mayoría de sus padres. ¿Quién no se emociona y enternece al contemplar un bebé recién nacido? Nos parece ese ser tan indefenso, tan puro, tan delicado, tan inocente, tan limpio de gota de maldad, que nos enfrenta con nuestra propia humanidad caída, tosca y ya estropeada por la vida. Hay en un niño tanta esperanza, es como si Dios nos hablara a través de esa criatura y nos dijese: “Tú eras así ¿Qué te ha sucedido que has cambiado tanto?” Aún siguen naciendo hijos en esta tierra y cada vez que nace un niño Dios habla: “Quiero que sean tan puros como este bebé”.

A pesar de la imagen positiva que un recién nacido proyecta en nosotros, hay otra realidad espiritual que los cristianos comprendemos muy bien y es que los hijos heredan de sus padres un rasgo negativo, una tendencia a rebelarse contra Dios, lo que se ha llamado “pecado original” porque nace en el origen del ser humano, se ha heredado de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Crecemos con esa raíz que sólo la conversión a Jesucristo puede arrancarla de nuestro corazón. El bautismo ejemplifica esa limpieza del pecado original.

El Ser que nació de María y el Espíritu Santo no podía heredar ese pecado porque era Hijo de Dios y Dios es Santo, sin mancha, sin culpa, aborrece el pecado, sólo actúa y siente y piensa en amor. De María Jesús heredó la naturaleza  humana, la condición de ser humano; de Dios Su Divinidad y poder y Santidad. Jesús es un Ser Santo como Su Padre de los cielos, porque es Él mismo encarnado, hecho hombre. Jesús nos llama a ser como Él: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto” (San Mateo 5:48) El apóstol Pedro nos recuerda: “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15).

La fe cristiana tiene vocación de santidad. Fue fundada por el Hijo de Dios: Jesucristo, Santo Ser que nos llama a la santidad, que es la vida perfecta en Dios. Toda la Sagrada Escritura nos habla de ese llamado a la santidad, a ser separados del pecado y la mundanalidad para ponernos bajo la cobertura del Dios Santo. Este concepto es extraño al ser humano; muchas veces se presta para burlas y se deja a los llamados “hombres religiosos”, pero en verdad es el tema central de toda vida espiritual. La Religión, que es religar o volver a unir al hombre con Dios, se ocupa de la salvación del alma, la vida del espíritu y el comportamiento moral del ser humano acorde a la voluntad Divina, que está escrita en la Biblia. Por lo tanto nada hay más importante en la Historia de la Humanidad que el nacimiento de este Ser Santo llamado Jesucristo, Hijo de Dios, a quien sea toda honra, toda gloria y toda alabanza. Amén.

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