sábado, 10 de diciembre de 2011

(DÍA 9) MI SALVADOR.

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”
Mateo 1:21


¡Oh, Señor, cuánto necesito que limpies mi alma! Soy tan pecador. Mi corazón está triste, no encuentro paz en mi congoja. Tal vez no tiene sentido esta queja de mi carne. Sólo Tú puedes salvarme de mi mismo, sólo Tú puedes recogerme en tu mano y sanarme, protegerme, llevarme a tu Reino. Jesús, ¡Qué precioso nombre! Todo nombre puede ser hermoso, tener un bello significado, pero el tuyo es eterno, delicado y generoso. Lo pronuncio y abarco toda la humanidad, Jesús “el Salvador”, el Mesías prometido.

Un día el Padre decidió tender su mano misericordiosa hasta mi pobre humanidad. Mi pecado, a pesar de su santidad, no le detuvo para amarme; no tuvo repugnancia al recogerme de la inmundicia de mi rebelión y, como al leproso, me tocó con su mano amorosa y me limpió, me cubrió, me llenó de un espíritu nuevo y puso su propio amor por las almas en mí.

¡Oh, Señor! No entiendo tus caminos ni tu amor sin medida. Sólo entiendo que tomaste aquella virgen, la llenaste de tu Luz e hiciste nacer a tu Hijo como humano. Aquel Jesús ha vuelto a nacer millones de veces en los corazones de los hombres y mujeres arrepentidos de sus pecados. Aquel Jesús ha salvado nuestras almas de la eterna perdición. ¿Cómo no habremos de amarte?

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