lunes, 5 de diciembre de 2011

(DÍA 5) NUESTRO PAN DE VIDA.

“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.”
Miqueas 5:2


Es imposible vivir sin alimento. Su carencia nos debilita, enferma y hasta mata, salvo que lo hagamos como una práctica ascética, el ayuno, una forma de acercarnos a Dios en el desierto espiritual. Tenemos hambre de Él, hambre de esa Persona, hambre de aquel Espíritu, hambre del Soberano, del Absoluto que es Dios. No podemos sostenernos espiritualmente si no participamos de ese Pan vivo que es Jesucristo, Pan descendido del cielo.

No es casual que el nombre de la ciudad natal de nuestro Salvador, Belén, Beth-lehem, signifique en su lengua original “casa del pan”. Nacería en aquella ciudad de medio oriente Aquél que luego se presentaría como el Pan de Vida. De este Hombre Dios son alimentados todos quienes le han recibido como Señor y Maestro.

Los profetas anunciaron que el Mesías nacería en Belén. Esta ciudad siempre ha estado registrada en la historia y en el sentimiento de muchos pueblos y grupos religiosos. Innumerables aldeas, ciudades y regiones de otros países llevan el nombre de Belén en memoria de esta ciudad. En sus orígenes la población pertenecía a la tribu de Judá. El primer acontecimiento notable es que fue la cuna del rey David, personaje que daría una gran fuerza política al naciente reino de Israel y bajo el cual el reino adquiriría un gran esplendor.

El profeta Samuel buscaba un nuevo rey para Israel. Dios lo envió a una familia cuyo padre era Isaí. “David era hijo de Isaí, un efrateo que vivía en Belén de Judá. En tiempos de Saúl, Isaí era ya de edad muy avanzada, y tenía ocho hijos.” (1 Samuel 17:12) David, el hijo más joven de Isaí, fue ungido rey de Israel por Samuel. Isaí es el "tronco", padre del rey David y base del árbol de familia de Jesucristo.

Nueve siglos después que gobernó David, Jesús nació en Belén debido a que José, su padre, esposo de la virgen María, era descendiente de David. Como el país se hallaba bajo la dominación del imperio romano, sus habitantes debían acudir a su ciudad de origen para empadronarse, con el propósito que la potencia ocupante elaborase un censo de toda la población. “Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David (San Lucas 2:4)

En Belén Dios se hizo Hombre y se acercó a nosotros. En Belén la Divinidad se vistió de Humanidad, bajó a nuestro nivel para salvarnos, para rescatarnos de las tinieblas y trasladarnos al Reino de Su Amado Hijo.

No veneramos una ciudad ni las cosas que la forman, pero existen poderosas razones para nuestra fe al identificarla. Nuestro Salvador no es un dios abstracto ni inventado, sino un personaje histórico y real, con una madre y un padre que vivieron en Israel, con una genealogía y una pertenencia a un pueblo. Jesucristo nació en Belén en días del rey Herodes; no es un personaje de ficción sino un ser de carne y hueso, un Hombre real, verdadero Pan del cielo, que nutre el alma humana. De allí la importancia de identificar su ciudad natal, Belén Efrata, la “casa del pan”.
 

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